NOSTALGIA EN CUARESMA

Por Luz María Peregrina Ochoa

 

El Mundo pasa frente a mí velado por un lienzo púrpura. Mi olfato desvaría entre corrientes de azucena, helecho y parafina. Voy y vengo entre el luto y la alegría. Echo de menos mi apetito visual atado al cuerpo de aquella mujer.

 

Su hábito era complemento del mío. Se desnudaba frente al espejo y bañaba su virginidad con la mirada, lamía sus hombros, axilas, brazos, entre sus dedos. Domaba los rincones de su piel con el ostión de su boca.

 

Ahora, desde el lugar que me resguarda, escudriño distintos pares de cimas lácteas entre rocíos de nardo o de albahaca. Suplicantes senos. Cumbres de carne envueltas en rezos.

 

Extraño la noctiluca gigante que hacía fosforecer su cama. La tengo frente a mí. Me calienta. Me moja. Me dosifica el placer con gotas de luz que brotan de sus ojos.

 

No. No puede ser. Seguro es un espectro atraído por el ambiente húmedo y tibio de mi nueva guarida. Transpiraciones fervientes afloran por todo mi cuerpo, entre murmullos de incienso y lamentos de oración.

 

Pruebo la sal del aire: sudor de humanidad en procesión, saliva en las manos de la hembra observada que traza el camino más largo entre sus orejas y su vientre, con el monte despeinado por el viento de lujuria.

 

Otra vez me confundo. No me escondo en el rincón de una recámara. El estallido de aguas contra un acantilado me aturde. Deben ser mis recuerdos que rebotan entre las cúpulas.

 

Su ombligo despierta, enardecen las ingles, se tensan las fibras y, con la sutileza de un prestidigitador, se abren las valvas para dar paso a la gema escarlata.

 

Me derrito en lágrimas de cirio. Se estancan en la base del pabilo. Se desbordan. Escurren y cuajan caprichos de felicidad.

 

Coño tono de luto

Centro rojo de vida

Haz feliz a la moza

Quiebra el rubí de cera

 

La estrella se crispa entre las sábanas moradas. Desata un rugido en su garganta y el almizcle de su bestia me muerde, me apresa.

 

La poseía. La poseo. Con la mirada. Con la memoria. En el vértigo sobre una estrecha y alta repisa. En el centro de un carrusel de sombras que desfilan por el templo. Con la locura bienvenida de verla masturbarse.

 

Hoy, una mujer ruega ante mí por el regreso de su amante mientras yo imploro por mi sibila del tacto. Anhelo la noche en que perdió el control de su sexo. El sudor no fermentaba. El ritmo de sus manos no guiaba la cadencia de su aliento.

Coño tono de luto

Centro rojo de vida

Haz feliz a la moza

Quiebra el rubí de cera

 

Mi letanía no fue suficiente para desprender el fruto. La vi venir. Cerca, cada vez más cerca. Todo se oscureció. La sangre se me agolpaba en la cabeza y el corazón me iba a estallar.

 

Volvió la claridad, pero el paisaje estaba invertido. Su cuerpo con el sur en el norte era una copa de interior violeta. Su sexo no nadaba en el agua tinta del lecho. Se suspendía. Era un cometa bajo el mar celeste.

 

En esa vigilia, nuestros ojos se encontraron en uno sólo por vez primera. Un olor a lagar inundaba la habitación. Durante horas y horas, me dejé llevar por el torrente a la gruta.

 

Reconocí con mis manos a la mujer consumada, consumida. La hice mía con un milagro de carne, de líquidos, de cristales y de aromas.

 

Pero a este milagro de vida aparejado venía un milagro de muerte. Después de fornicar y abusar de barón, la mujer de un infarto murió. Y nunca más me atreví a repetir un milagro igual.

 

Púrpura es mi obsesión, reminiscente en cuaresma.