Luces Citadinas
Irremediablemente trote por las calles
de la ciudad de México.
El humo de la carne expuesta en vía pública
lleno mis alígeros pulmones.
Los ruidos y el polvo de sus tardes
taladraron mis tímpanos de acero.
El muslo de las mujeres y el brazo de los varones
excitaron toda mi imaginación paridora.
Todo se me fue en mirar, oler, y caminar.
Durante el amor no hubo saciedad limitada.
Los pies, las manos, los sueños, están plenos de calles
y van ávidas de placer o cansancio.
Mi querido Dante y Rimbaud, juntos de píe,
creo que estoy vivo, todavía, todavía.
Ciudad mía:
te he perdido en el pasto,
jardines, bosques, zoológicos y lógicos.
Las calles de tierra quedaron bajo el asfalto,
cemento, acero, estructuras inmorales.
Te he perdido en el horizonte, en la lontananza
como un niño que no ve a la madre
a la hora del parto, partenogénesis.
Las avenidas ya no divisan columnas
hacia el cementerio de sombras, penumbras.
Se pregunta el semáforo perdido ¡Dónde
puedo comprar una hoja, un ojo, el hijo
que perdí? La gran vía responde airadamente:
los ejes viales te lo dirán, ve por ese acueducto,
por ese paso a desnivel, metro, tren elevado,
sigue el humo del topo eléctrico de luces.
Una noche me perdí con la conciencia
y una magna sin conductor me tiró a la casa.
Ciudades inhóspitas, sin luz
ni amistad en los dolores.
Sonámbulos poetas que no preguntan
cómo va el sol en lontananza,
pintores trasnochadores
obsesionados por el verde cobalto.
¿Dónde habrán quedado los vagos del mundo?
¿Habrán comido la migaja de ayer?
¿Perdieron el vuelo de las seis
de la mañana donde venía la amada?
Pienso a píe juntillas que se bebieron
toda la poesía ululante en un solo trago.
El mundo les ha dado la espalda
y ha convertido su noche audaz
en una eternidad escandalosa.
Están los ojos llagados de pus albina,
tísicos, mancos de la otrora vida,
humus de las ondas celestes, cósmicas
que se desvelaron en la oscuridad última.
Sí, han muerto. Deposito estas flores en su tumba.
¿Es Adán?
¿No lo reconoces?
Viene despojado de la hoja,
la parra parricida del nudismo,
retorna sin la manzana bíblica.
Regresa solo a la ciudad.
Un ave le invitó a volar,
la víbora le buscó el amor
y la lluvia le pobló de lágrimas.
Adán está en esta ciudad,
la de piedra y cemento,
caminos hollados, sin árboles,
rostros de ceniza, humo, pecado.
Adán viene pleno de pus,
oscuras las pupilas,
los brazos rotos, los pies
desollados, abiertos de sal.
¿Dónde habrá quedado Eva?
Macario Matus