MORELIA, OTRO GRITO, OTRA EVIDENCIA DEL TERROR

Por Luz María Peregrina Ochoa

 

Desde fines de la década de los ochenta, comenzamos a tener serios problemas con el narcotráfico. En aquellos años la prensa hablaba de la inserción en la economía del circulante de origen criminal por medio de comercios, servicios y empresas de “lavado de dinero”.

 

Durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, la expansión del narcotráfico en México no tuvo límites. En las administraciones anteriores, era del dominio público el contubernio entre el narcotráfico, la policía y altos rangos militares, pero a partir de la década de los noventa era del dominio público que “el dinero lavado” financiaba campañas políticas y proyectos de desarrollo social. Por otra parte, aumentaba drásticamente el consumo variado de estupefacientes en los distintos sectores sociales y entre consumidores cada vez más jóvenes, incluidos niños de primaria.

 

El asesinato del candidato a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, más allá de las diferencias políticas de los distintos grupos de poder en el interior del Partido Revolucionario Institucional (PRI), periodistas y analistas lo relacionaron con los nexos entre políticos y narcotráfico.

 

Las fuentes han informado acerca de los carteles de la droga y sus relaciones con los grupos políticos de más poder en cada sexenio. De sus acuerdos para la distribución de territorio en el mapa de la delincuencia, y de sus negociaciones para conciliar con las distintas familias del crimen, a cambio de grandes beneficios para el partido en el gobierno.

 

Así llegamos a la víspera del actual gobierno presidencial, cuya campaña política prioriza el combate al narcotráfico, y no las carencias de las necesidades básicas de decenas de millones de mexicanos. Felipe Calderón declara ante la prensa y las cámaras la guerra al narcotráfico. Pero esa guerra elige una estrategia equivocada, a la inversa. Como si el enemigo principal, el que abre paso e inserta el narcotráfico en el poder político, estuviera fuera del sistema de gobierno.

 

El verdadero combate al narcotráfico y el crimen organizado debe iniciar en el interior del poder, pero nuestros políticos han vendido su alma al diablo. La máxima autoridad en nuestro país no siente ningún pudor, ni vislumbra ningún horror, al reiterar públicamente que combatirá al narcotráfico cueste lo que cueste. Porque lo que cuesta son heridos y vidas inocentes de personas y familias completas que salen a pasear a la plaza principal a “dar el grito” un 15 de septiembre en la noche, en la ciudad de Morelia.

 

Lo que cuesta es el estado de terror en el que comenzamos a vivir: todos los días con una o varias noticias espeluznantes de decapitados por todo el país y cadáveres de asesinatos colectivos como los 24 cuerpos encontrados en La Marquesa, estado de México.

 

Lo que cuesta es vivir rodeados por policías y soldados que no logran hacernos sentir seguridad. Al contrario, la presencia indiscriminada de las fuerzas armadas en los espacios ciudadanos, y el discurso cada vez más endurecido del gobierno y sus acciones ineficientes, confirman que las cosas se ponen cada vez peor: más represión, más atentados, más sangre. Lo que cuesta es entender que todo esto sucede en un México con “apertura democrática”.

 

Este ambiente de terror construido por el narcotráfico y el crimen organizado; los políticos que se sirven de ellos, y los medios de comunicación que sirven a ambos, ha logrado una expansión rápida en una sociedad que carece de cohesión. La falta de identidad y solidaridad entre los distintos sectores de nuestra sociedad (en particular, intelectuales, sectores medios y pobres), la hace presa fácil de sus enemigos comunes.

 

Los gritos de espanto, que producen los actos sanguinarios que vienen sucediendo cada vez con más frecuencia en el actual gobierno, son la evidencia del terror que nos embarga.

 

El crimen organizado y el narcotráfico subsisten gracias a sus nexos con el poder político. Por qué combatirlos con tanto aspaviento como si estuviera al margen de las élites gobernantes. El combate a los criminales de cuello blanco y a los criminales con cadenas y hebillas de oro, si en verdad se quiere hacer, debe ser inteligencia y secreto de estado; sobre todo, sin que cueste la vida de gente inocente.

 

Un pensamiento en “MORELIA, OTRO GRITO, OTRA EVIDENCIA DEL TERROR

  1. Lo que cuesta vivir entre policías y soldados ineficientes y corruptos se traduce en cada día peor calidad de vida, pues resulta temerario vivir cruzándose todo el día y todos los días con gente armada que no sabes si te defenderá o te atacará.
    Lo que cuesta aceptar que parteimportante de la clase política ha sido cómplice y beneficiaria del accionar del «crimen organizado» ( ¿se han dado cuenta queridos lectores de el sitio que los que nos quieren acostumbrar a estos rebuscamientos lingüísticos asociados a la insensibilidad y a la delicuencia como bien señala Luz María, nos vienen de los noventas cuando en México desaparecieron los pobres para dar paso a «los que menos tienen»?
    Este debilitamiento de la identidad se traduce en que vastos sectores de nuestra sociedad sean presa fácil del discurso mediático y se cierren a toda argumentación crítica de la mentira organizada ( esa difinición no me parece eufemística) lo cual genera una sensación de vació y soledad en los ciudadanos que pretenden que México sea un país con mayores posibilidades económicas, sociales políticas y cultura les para todos; y esa desconexión entre intelectuales, sectores medios y clases populares genera desorganización y discursos endogámicos, lo cual es visto y vivido con enorme satisfacción por lo poderosos.
    En fin coincido con lo que Luz María plantea en su artículo y me encantaría ver lectores de el sitio proponiendo formas de resistencia ciudadana para que este proceso de descomposición social que estamos viviendo no siga avanzando y de a poco vayamos contruyendo espacios donde todos podamos opinar, proponer, decididr y hacer.
    Y si me permiten una sugerencia que pueda tal vez parecerles ingenua a algunos teóricos y analistas del trágico momento que estamos viviendo, se me ocurre que podríamos para empezar comenzar a reunirnos en pequeños grupos donde convivamos con la palabra y los hechos con las personas en las que depositamos toda nuestra confianza. En estos encuentros podríamos hablar de como nos sentimos en este momento y que podríamos hacer para que los más jóvenes y los niños se sientan menos desprotegidos y con sensaciones más agradables de vida cotidiana que la que le ofrece el patético espectáculo contemporáneo del poder y del dinero.
    Encuentros que propicien la reflexión junto a la alegría, la crítica social junto a la creatividad y la solidaridad ( esa palabra tan desgastada por cínicos y corruptos)
    Organización comunitaria entonces para romper el círculo de soledad y angustia y para ofrecer a los niños y jovenes espacios de pensamiento y alegría. Si no empezamos por estas pequeñas cosas los mas grandes nos hundireremos cada vez más en el individualismo paralizante y en la conversación estéril , y seremos responsables de dejar todo el espacio de opinión y de propuesta de modos de vida disponibles para la mentira organizada ( medios masivos, representantes del poder y del dinero) para que hagan con las nuevas generaciones lo que les de la gana.

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